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Comentario
(Evangelio 11 de Octubre 2020)
El Evangelio de este domingo nos habla de como un rey invitó a sus convidados al banquete de bodas de su hijo, pero escudándose cada uno de ellos, manda a sus criados a salir a los caminos y buscar a todos cuantos quieran venir a comer con él hasta que se llenen todos los puestos.
El rey es figura de nuestro Dios y Padre, en un primer sentido (1) cuando invitó a sus hijos predilectos, el pueblo judío, a la venida de su Hijo, pero rechazando éstos la persona de Jesucristo como Mesías, manda a sus apóstoles a abrir el mensaje de la salvación a los gentiles. (2) Y en segundo lugar una invitación a nosotros, como nuevos elegidos, a acercarnos a su presencia, a hacer caso de su llamada y escuchar sus palabras, a participar en la Mesa eucarística e incluso a escuchar la llamada a la conversión y aceptar la invitación que hayamos rechazado.
Es aquí donde hay que centrarse: en la invitación que nos hace a nosotros. Es necesario entender que nosotros podemos rechazar a Dios cuando desatendemos su palabra, la palabra de sus enviados. Pero también podemos ser de aquellos que aceptan su invitación y tener el privilegio de su compañía y de participar en su banquete.
Hay que meterse en la piel de ese rey, que es nuestro amado Padre Dios. ¿Cómo se sentirá cuando rechazamos su compañía y preferimos quedarnos en nuestras cosas y nunca tenemos tiempo para rezar o para ir a Misa o que anteponemos nuestras diversiones a nuestras obligaciones? Quizá has visto a una mujer sufriendo por unos hijos que no van a verla, que siempre tienen excusas para no ir a verla. Y eso es justo lo que hacemos con Dios.
No mires, pues, la ira de Dios como algo que de miedo, sino como algo que da mucha ternura y compasión. Un corazón dolorido que gime por verte. Es el celo de Dios. Fíjate en cómo te ama y cuánto te desea.
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