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¿No será que el Espíritu está queriendo cambiar algo en mi vida y yo me resisto?
¿No será que he renunciado a tener nuevos amigos, a iniciar cosas nuevas, a cambiar algo, porque tengo miedo de desinstalarme, de perder mi comodidad, porque me aferro a mis propios planes con uñas y dientes y no estoy disponible para la novedad del Espíritu?
¿Siento que el estilo de vida que estoy llevando me permite levantarme cada día como si fuese una nueva aventura en el Espíritu? ¿O me levanto simplemente para sobrevivir, para cumplir, para soportar la existencia?
Le digo al Espíritu Santo que quiero vivir de otra manera, y le pido su fuerza para lograrlo.
La reflexión de hoy nos lanza una idea y una pregunta.
En primer lugar una idea: que el Espiritu Santo que es, por un lado, "fuego" que quema nuestras impurezas y nos perfecciona, y, por otro, que es "viento" que nos impulsa hacia adelante, siempre va a querer nuestro progreso en el camino de la santidad.
En segundo lugar, la pregunta: ¿nos instalamos en la comodidad o la rutina o realmente estamos abiertos al cambio? Porque sólo si renunciamos a llevar el control de nuestra vida y nos convertimos en seguidores podemos ser dóciles al Espiritu Santo que quiere guiarnos cada día.
Esa es la clave: ser discipulos de Jesús, que vino y viene aquí y ahora en cada persona y en cada acontecimiento, es estar atentos a la realidad cotidiana para ver la mano de Dios y aceptarla. Sólo así, siguiendo a Dios y no a nuestros planes, estaremos verdaderamente abiertos a los soplos del Espíritu que viene a hacernos salir de nuestras casas como Abraham y mandarnos a una Tierra Nueva.
Estemos atentos hoy a los soplos del Espíritu Santo en nuestra jornada. Digamos "Ven, Espíritu Santo, ven, háblame".
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