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Ayúdame a descubrir sus sufrimientos y debilidades más hondas para poder mirarlos con ternura y no juzgarlos por lo que me han hecho. Limpia mi interior, Espíritu Santo, de todo resto de resentimiento y de malos recuerdos. Mi seguridad está en tu amor y en tu fuerza que me abraza. No permitas que me debilite con faltas de perdón.
Arranca de mi interior todo deseo de hacerles daño y de pagarles con la misma moneda. Es posible reaccionar con el perdón y elevarse por encima de los resentimientos.
Elévame, Espíritu Santo, para que yo no necesite hacerlos sufrir de alguna manera para sentirme bien.
Derrama en mi interior tu compasión, para que pueda recordarlos sin rencor y sin angustia.
Son hijos de Dios, Jesús los salvó con su sangre, son mis hermanos, están llamados a la vida eterna, y tú, Espíritu Santo, vives en ellos. Dame la gracia de perdonarlos sinceramente.
Libérame, Espíritu Santo, para que pueda respirar feliz y caminar por la vida sin ataduras interiores. Amén.
Que bello es poder encontrar el camino hacia el perdón más sincero y profundo: el amor al otro, la comprensión del que nos hace daño: llegar a comprender el por qué de su manera de ser tan brusca, de sus contestaciones que tanto daño nos hacen.
Y entonces, ya no se trata de hacer un acto sobrehumano y titánico para perdonar una ofensa imperdonable, sino un acto de compasión y perdón verdadero que sale de forma espontánea.
Quien se centra en la ofensa no puede perdonar fácilmente. Quien busca comprender al otro podrá encontrar la mirada de Cristo que se entrega por los pecadores en un acto de misericordia y amor. Podrás unirte a la cruz, ser crucificado con Él, pero no sólo para aguantar el daño que nos hacen, sino para vencer al mal a fuerza de bien, para lograr la conversión del otro, para abrazar la circunstancia desde una óptica superior que rompa el circulo de la venganza y el daño mutuo, sino que se abra verdaderamente a una nueva vida donde venza el amor.
Pon el deseo en nuestro interior de acoger este amor que nos ofreces. No que no sea justo quejarse del mal que nos hacen, pero que tu amor y tu paz sean más atrayentes que nuestra sed de justicia. Que venga a nosotros la súplica de acoger este camino que nos ofreces, de creer más en la bondad del amor y del beneficio espiritual que nos espera si te hacemos caso y te seguimos aún cuando nuestra primera reacción sean las ganas de quejarse, enfadarse y explotar. Líbrame del mal en el corazón, haz que pueda tener siempre tu amor en el pecho como un adelanto del Cielo, donde el lobo y el cordero vivirán en paz. No dejes que el rencor de las cosas que me han pasado me vayan amargando la existencia y pierda la sonrisa. Haz que pueda perdonar de verdad y ser feliz, como el primer día, dejando a los que no quieran este camino seguir los pasos hacia la oscuridad. Tú en cambio, condúceme a la luz.
Quedarnos en el daño que nos han hecho es una forma oculta de rechazar tu amor. Nos ofreces tu amor para vencer el odio. Tu amor es consuelo, tu amor es maestro de paz interior, tu amor es esperanza de una vida nueva y de fraternidad, tu amor es curativo hasta el punto de sanar heridas y convertirnos en mejores personas. Tu Amor es de otro mundo, sólo Tú puedes dar esa clase de Amor. Ven, Espíritu Santo, ven.
¿Qué son los cinco minutos del Espíritu? En este enlace encontrarás por fin la respuesta a la pregunta: ¿Quién está detrás de esta oración que tanto bien me hace? ¿Quién las escribe? Quizá te sorprenda saber que detrás de esta cadena de oración está el libro del arzobispo argentino D. Víctor Manuel Fernández.
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