Podemos decir que en la Revelación de las riquezas de Cristo hay una plenitud infinitamente más grande que los conceptos y esquemas de todos los teólogos y que la conciencia cristiana de cualquier época; sin embargo el Espíritu tiene la función de administrar y desplegar cada vez más esa plenitud del Resucitado.
En este sentido, la Iglesia está llamada a acoger las novedades con las que el Espíritu la impulsa a un futuro más rico. Pero para ello debe asumir una actitud de pobreza receptiva, más que una actitud de ostentación, por más que se sepa administradora de un depósito recibido de Cristo.
Lo que cuentan los Evangelios no abarca todo lo que dijo al hombre el Misterio insondable del Verbo encarnado, ya que él se reveló con miles de gestos y palabras que no han podido ser recogidos por escrito (Juan 21,25), aunque en el Evangelio escrito se diga lo esencial.
Además, hay cosas no dichas por Cristo, porque los discípulos "no podían con ellas" (Juan 16,12-13), pero que se expresaron plenamente en el acontecimiento de la Pascua, más que en las palabras. Es el Espíritu quien, tomando de la plenitud de ese Misterio, todavía no captada por nosotros, asombra constantemente a la Iglesia. Siempre nos quedamos cortos frente al Misterio inagotable de Jesús resucitado. Y el Espíritu Santo nos conduce dentro de ese Misterio del Resucitado que siempre nos supera. Por eso, nunca podemos decir basta. Y no es necesario que nos alejemos de Cristo para buscar novedades o riquezas desconocidas, ya que nunca lograremos agotar la interminable riqueza del Señor Jesús resucitado.
En el discurso de despedida de la Ultima Cena, concretamente en Jn 14, 26, Jesús nos dice que el Espíritu Santo que el Padre enviará en su nombre será quien nos lo enseñe todo, y nos recordará todo lo que nos ha dicho Jesús.
Es obvio que la riqueza del acontecimiento de Cristo no lo podemos abarcar en toda su riqueza y como decía el mismo Juan al acabar su evangelio, si se hubieran escrito todas las cosas que hizo o dijo Jesús no cabrían los libros que se escribirían ni en todo el mundo.
A esa riqueza, no obstante, nos quiere ir llevando Dios, poco a poco, como un camino personal, un conocimiento creciente del misterio de Dios, que quizá tenga su continuidad en el Cielo, cuando estemos con él para siempre, y podamos seguir conociéndole y amándole.
Ahí se ve una de la misiones que tiene el Espíritu Santo, hacer que vayamos haciendo un recorrido personal en el conocimiento de Dios, este es un camino que debe recorrerse en la oración, releyendo la Palabra de Dios y el Evangelio. Es ahí donde puede el Espíritu Santo hablarnos interiormente, iluminar nuestra mente y transformando nuestro corazón y nuestra vida para asemejarnos cada día más a Jesús. La tarea del Espíritu Santo es la de que asimilemos, interioricemos, nos transformemos, practiquemos.
Y siempre es bueno recordar, que aunque estemos en posesión de la Verdad revelada, no por ello estamos en posesión de toda la verdad o que aún nos falten de entender muchas cosas o sólo veamos un aspecto de la verdad, perdiendo de vista otras cosas. Dios no nos quiere prepotentes en nuestras conversaciones con los demás. Tampoco nos quiere cerrados al conocimiento. Al contrario, nos quiere atentos a todo, como discípulos despiertos que saben que el Señor puede hablar en cualquier circunstancia y a través de cualquier persona por humilde o mala que sea. Nos quiere en la posición del que acoge, del que escucha, y desde la mutua búsqueda de la verdad, transmitir lo que sabemos.
Si la Iglesia estuviera cerrada sobre sí misma pensando que no puede aprender nada nuevo, jamás sería dócil a los nuevos impulsos que genera el Espíritu para guiarla por la historia.
Pero una cosa es cierta: la plenitud de la revelación está en Cristo, ya no habrá nada nuevo o superior. El Espíritu Santo nos recordará y nos llevará al conocimiento pleno de lo que ya se ha revelado. Jesús nos advierte de que no vayamos detrás de noticias sobre Él. Me da mucha pena de quien le da valor a todas esas profecías de santo o incluso de la misma Virgen en sus apariciones (algunas de ellas aún no aprobadas por la Iglesia) y se olvidan de que ya tenemos todo en el Evangelio. Que los santos o la Virgen, como hacían los profetas de la antigüedad o los Apóstoles, sólo nos recuerdan lo que Jesús ya nos había dicho. En Él tenemos todo, es la norma de nuestra vida, la medida con la que juzgar todo, incluso si una revelación es verdadera, porque el Evangelio es el Canon.
Hay que saber acoger estas revelaciones particulares con amor. Ellas son fruto del Espíritu Santo que trata de que recordemos algo del Evangelio que no estamos viviendo, pero realmente es en el Evangelio donde tenemos que poner toda nuestra atención para conocerlo mejor, para que podamos ir descubriendo todas las riquezas que, por nuestra pequeñez, aún no hemos podido ver. Por eso le pedimos al Espíritu Santo que venga en nuestro auxilio, que nos ilumine, que nos haga comprender.
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