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Si leemos el Evangelio de Juan, allí nos encontramos a Cristo prometiendo saciar nuestra sed con el agua del Espíritu que brota de su ser (Jn 7, 37-39). Y luego, en la cruz, vemos que es el costado herido del Señor la fuente del agua viva (Jn 19, 34).
Pero a la vez, el Espíritu que brota de ese Corazón, nos envuelve y nos hace entrar en el misterio de amor de ese Corazón que quema.
San Buenaventura lo expresaba con intensa belleza:
“Tu corazón fue herido Señor, para que tuviéramos una entrada libre... Y fue herido también para que por esa llaga visible pudiéramos ver la herida invisible del amor. Porque quien arde de amor, de amor está herido...
Abracémonos a nuestro amado... Roguémosle que encienda nuestro corazón y lo ate con los dulces lazos de su amor, y que se digne herirlo con sus dardos quemantes...
Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer quien lo recibe; y nadie lo recibe sino el que lo desea, y nadie lo desea si no lo inflama en su intimidad el Espíritu Santo” (Vid Mística 4, 5-6; Itin. 7, 2.).
Recordemos que el evangelista San Juan, ha querido expresar la muerte de Jesús diciendo: "entregó el espíritu" y no como los otros evangelios que dicen: "expiró". Esto es porque quiere que hagamos una lectura espiritual y que veamos en ese último aliento del Señor una entrega del Espiritu Santo.
El mismo Jesús, refiriéndose a su muerte, decía a sus discípulos que les convenía que se fuera al Cielo, porque si subía al Cielo mandaría el Espíritu Santo, es decir, si moría nos daría el Espíritu Santo.
Ese Espíritu, que está dentro del Señor, que es el Ungido, el que está lleno del Espíritu Santo, parece que es derramado en la muerte de Jesús no sólo con su último aliento, sino con el costado abierto de Jesús del que mana sangre y agua. La Tradición ha querido ver aquí ese agua que mana del costado del templo en la visión de Ezequiel que da fruto a todo lo que riega. Jesús es el Templo que está lleno de la presencia de Dios y de su costado mana el Agua Viva, ese Agua que nos ha prometido Jesús en Jn 7, 37 y es el Espíritu Santo.
A nosotros nos llega en los sacramentos: en el Bautismo, en la Eucaristía, etc... donde la sangre y el agua, el perdón, el cuerpo entregado del Señor, el sacerdocio de quien se ofrece por todos, esas nupcias que unen a Dios y al hombre en el abrazo de la Cruz, la expresión máxima de la entrega y del amor...
Acuérdate en la celebración de la Misa que el sacerdote impone las manos sobre las ofrendas justo cuando va a consagrar y esto es la invocación al Espíritu Santo que viene a hacer presente a Jesús y hacernos revivir su entrega por nosotros. Viene a darnos nuevamente su vida, su cuerpo y nos llena a nosotros de su amor. Nos llena de Dios, de su Espíritu.
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