"Ven Espíritu Santo, mira todas esas emociones que a veces se sublevan en mi interior. Mira mis nerviosismos, mis arranques de ira, mis reacciones de agresividad, todas las veces que me indigno y me resiento por las cosas que me dicen, o por los errores y las imperfecciones de los demás.
Ven como lluvia mansa a refrescar mi interior, para que no me queme y me enferme a causa de esas tensiones. Ven como brisa tibia que acaricia y devuelve la calma, ven como música suave que me relaja por dentro, ven como amor y ternura que me ayuda a comprender a los demás.
¿Para qué quiero esos nerviosismos y resentimientos? Ayúdame a usar mis energías para cosas buenas, porque no quiero desgastarme en lamentos y angustias sin sentido. Ven Espíritu de armonía y de serenidad. Ven, para que siempre elija el amor, el diálogo y la amistad. Ven, para que sepa reaccionar con amor, para que pueda vencer el mal con el bien. Porque el amor es siempre el mejor camino. Ven Espíritu Santo.
Amén."
Todo empieza con una decisión: la decisión de dejar actuar a Dios en nuestra vida. Y digo que todo empieza con una decisión porque la gracia de Dios que es siempre lo primero se ha dado desde la eternidad. Él ya ha movido ficha, pero sólo le falta que le abramos las compuertas de nuestra vida, como hizo la Virgen María con su "fiat", "hágase".
Recuerdo en una ocasión que recordando las palabras de san Agustín de Hipona ensueño bello poema "tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva", que le dije en mi oración al Señor: "que pena haberte conocido tan tarde. He llegado tarde". Y sentí como el Señor me respondía: "Es verdad, nunca se llega pronto a mí, pero tampoco sé llega tarde - me decía -, se llega justo cuando quieras, porque te puedo dar todo en un segundo".
Entendí que Dios siempre nos puede dar todo al instante que le abramos el corazón. Sólo necesita que le digamos que sí.
Entra en tu interior, díselo a tu yo interior, que se entere bien, que a partir de ahora haga caso a Dios, que le deje entrar, que no se resista, que le haga caso y siga sus caminos.
Que inunde tu interior de paz, de luz, de amor. Deja que Dios sea el dueño de tus emociones y de tus pensamientos y de tu toma de decisiones. Tú sólo dile: "hágase según tu Palabra".
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