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"Tú eres mi Señor, mi bien, no hay nada fuera de ti... Tú eres mi herencia, mi copa, un lugar de delicias, una promesa preciosa para mi... Por eso se me alegra el corazón, retozan mis entrañas y hasta mi carne descansa serena... Me enseñarás el sendero de la vida, me hartarás de alegría ante ti, lleno de alegría en tu presencia" (Salmo 16,2.5-6.9.11).
Este salmo del rey David expresa el corazón de alguien ensimismado en Dios que pone toda su confianza en Él.
Los Santos Padres pusieron este salmo en boca de Jesús, especialmente cuando dice "mi carne descansa serena... me enseñarás el sendero de la vida", aludiendo a la resurrección.
Este salmo es una invitación para que hagamos nuestros los sentimientos del rey David y de Jesucristo. Dios nos enseña a orar y, como cuando uno es bebé y le dicen sus padres: "di papa" y el niño responde: "papá". Así Dios nos pone las mismas palabras que quiere que le digamos, como cuando el Señor nos dijo: "vosotros rezad así: Padrenuestro...".
El mismo Espiritu Santo que se ha derramado en nuestros corazones es el que nos enseña a decir Abba Padre, Señor y todas esas palabras hermosas, pero no sólo decirlo con la boca, sino con el corazón. Esa es la clave. El Espíritu Santo nos ayuda a sacar del corazón estas palabras.
Te animo a que reces siempre con el corazón, con sentimiento, en la Misa o en tu casa, y no sólo recites las oraciones, sino que las veces con la fuerza del amor, dirigiendo la mirada del corazón al Cielo, a Dios.
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