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Prefiero girar alrededor del Padre Dios, para adorarlo, y alrededor de los demás, para servirlos. Dame la gracia de ser más sencillo para vivir feliz cada momento sin estar pendiente de mí mismo y de la mirada ajena.
Toma, Espíritu Santo, todos mis orgullos y vanidades, y quema todo eso con tu fuego divino. Dame la sencillez de los santos, la alegría humilde de Francisco de Asís, la generosidad desinteresada de Teresa de Calcuta.
Ven Espíritu Santo, y regálame esa profunda sabiduría de la sencillez interior.
Amén."
Hoy le pedimos a Dios la virtud de la sencillez. Una virtud que dependería de la cardinal de la templanza, moderando nuestro amor propio, para poder ejercer la caridad en favor de Dios y de los demás, impidiendo que estemos todo el rato pensando sólo y exclusivamente en nosotros o excusándonos en una maraña de justificaciones que nos apartan de la simple verdad de nuestra vida: que estamos hechos para amar y lo demás está en segundo plano.
No somos sencillos cuando somos rebuscados, cuando tenemos dobleces, intenciones ocultas o dobles intenciones, cuando queremos ser demasiado sofisticados, pejilleros, cuando tenemos demasiadas cosas que no son importantes, cuando nos gusta llamar la atención demasiado, cuando no puedo experimentar emociones por ser demasiado cerebral, etc... Piensa que implica ser sencillo.
Al contrario ser sencillo es ir con la verdad por delante, centrarse en lo esencial, no tener dobles intenciones, ni ser rebuscado de cabeza, ser capaz de disfrutar las cosas pequeñas, apreciar lo ordinario, no querer ser el centro, ser capaz de dar gracias y pedir ayuda sin darle vueltas a las cosas, cuando no tenemos ansias de ser más, cuando somos capaces de ver a Dios en todas las cosas, ya que Dios nuestro Padre se goza en revelar sus cosas a la gente buena y sencilla.
El que vive de forma sencilla se libra de agobios, no se encierra en un caparazón impenetrable que le hace incapaz de entender o de sentir a causa de todo lo que se ha puesto encima, sino que vive se hace sensible, está a flor de piel con el corazón abierto y con la mente abierta, sin intereses que turban o corrompen sus intenciones. El que es sencillo vive con paz. No tiene nada que esconder, es íntegro, sabe vivir con poco, encuentra la alegría fácilmente y en cosas pequeñas, es más feliz, es más capaz de altruismos, es más capaz de desprenderse, de ser generoso, de ayudar, de sacrificarse, de entregarse... No pone excusas, habla claro. Es más capaz de hacer silencio interior y mental, puede comunicarse con Dios más fácilmente porque no tiene ruidos, tiene un corazón y una mente sosegadas.
No así los complejos, que todo lo ofuscan y no ven nunca claro, que ensucian sus acciones con doble intenciones, que no pueden ser felices porque nunca hayan la paz en lo que tienen, porque tienen necesidad de aparentar o engañar, de esconder, de mentirse. Que tienen más facilidad para de caer en la falta de caridad hacia los demás, en la envidia y otros pecados. Que no pueden parar de pensar, que son incapaces de compadecerse, que para todo tienen excusas...
Pidamos al Espíritu Santo la virtud de la sencillez.
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