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Es verdad, se trata de invocar a Dios y pedir que su Amor llene nuestros corazones y nos ayude también a amar con la fuerza de su Amor con mayúsculas.
Ciertamente amar a los enemigos no es algo natural, pues de forma espontánea amamos lo bueno y agradable y rechazamos lo malo. Esto no es algo malo en sí mismo, porque entre otras razones estamos hechos para el Cielo, donde no habrá ni llanto ni luto ni dolor, donde todo es paz y felicidad sin límites.
Y, antes de seguir con esta reflexión, me gustaría añadir que el amor a los enemigos puede también ser aplicado al amor a las circunstancias adversas, es decir, a amar las circunstancias que sean, tan agradables como un señor simpático que saluda o bien similares a un hombre descortés que nos insulta. Sea como sea la circunstancia puede ser amada pidiendo ese Amor a Dios.
Pero lo que no nos sale de forma espontánea, puede adquirirse mediante la oración y la virtud, pues para Dios no hay imposibles y el es quien viene en ayuda de nuestra debilidad y quien crea en nosotros el querer y el obrar (Cfr. Filp 2, 13).
Acuérdate de la Cruz de Jesús. Si te ayuda, pon en cada cruz de tu día a día, su imagen. Quizá verle a Él en cada cruz, te permita abrazarla con más amor. Abraza tu cruz de cada día. Abrázala porque veas a Jesús en ella.
Pon en el rostro desfigurado del violento, del traicionero, del cruel, a un Jesús que murió por Él, que se quiso identificar con los pecadores, asumir su puesto, ser confundido como un malhechor cualquier en la cruz, colocado entre dos ladrones, y así podrás compadecerte de él.
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