"Ven Espíritu Santo, entra en mi mente, en esa locura de mis pensamientos que me perturban. Pacifica este interior inquieto.
Ayúdame a dominar y serenar mis pensamientos para que reine en mí tu paz. Ven Espíritu Santo a dominar mi mente con tu santísima calma.
Armoniza ese mundo de mi mente y llévate lejos todo pensamiento que provoque angustias o nerviosismos, tristezas o inquietudes inútiles.
Ven Espíritu Santo, toma esas imágenes alocadas que dan vueltas dentro de mí, para que pueda reflexionar serenamente, orar bien, y avanzar sin preocupaciones que no valen la pena.
Ven Espíritu Santo, y lléname de pensamientos bellos, que me ayuden a vivir.
Amén."
Tú, Espíritu Santo y Santificador, que estás dentro de mí y de cada cosa, llena con tu gracia mi mundo interior y concédeme tus siete dones, especialmente el don de sabiduría, de ciencia, de consejo y de entendimiento, para que todo mi sentir, mi hablar, mi pensar y mi actuar sean de tu agrado.
Uno de los enemigos de nuestra oración pueden ser las distracciones. En efecto, ¿a quién no le ha pasado alguna vez que cuando está orando o en la celebración de la Eucaristía le asaltan pensamientos de otra cosa que la oración que está haciendo? Quizá nos vengan recuerdos de cosas que teníamos que hacer, o nos detengamos a ver cosas que hay a nuestro alrededor, las preocupaciones que tenemos que no nos dejan centrarnos en la lectura del Evangelio que meditamos, etc...
Creo que hay tres causas por las que aparecen las distracciones. Si haciendo tu oración te notas que tienes alguna distracción identifica cuál de estas tres causas es y toma acción para centrar de nuevo tu oración, siguiendo los consejos que te doy a continuación.
La primera causa de distracción puede ser el cúmulo de preocupaciones y agobios que llevamos dentro. Cuando nos vemos distraídos por este motivo mi recomendación sería dejar de hacer la oración que estuvieras haciendo, ya sea meditar la Biblia o algún otro libro, lo que sea, pues parece que hay una urgencia y necesidad mayor: desahogarte con el Señor, contarle lo que te preocupa y descansar en Él tus agobios. Ante este tipo de distracción lo mejor es hacer materia de oración aquello que te preocupa, pero no dejar que te desvíe de tu oración, sino enfocarlo hacia Dios, contárselo a Él, pedirle luz, pedirle paz. No dejes de rezar, no te pongas a reflexionar en tus problemas, pero sí cuéntaselos a Dios. Y sobre todo, haz un acto de confianza en Él sabiendo que lo que le has confiado queda en buenas manos y Dios te ayudará a solucionarlo. Quédate en paz, ahora el problema está en sus manos. y quedándote en paz, retoma tu oración o da por finalizada la oración, pero dale gracias a Dios por haber conseguido retomar de nuevo el trato con él y haber estado un rato contándole tus cosas.
La segunda causa de distracción puede ser que estés en pecado. Me explico. Recuerda la escena del paraíso, cuando Adán y Eva pecaron. ¿Qué hicieron cuando Dios pasó, como cada tarde, para verles y estar con ellos? Pues que se escondieron. A veces nos pasa lo mismo: nuestro subconsciente nos hace huir de la oración, para no hacerla o distraernos, porque no queremos sentir la presencia de Dios. Si esto te ocurre, puedes salir de ello reconociendo la necesidad de volver a Dios como el hijo pródigo y hacer examen de conciencia con el propósito firme de confesarte en cuanto haya ocasión. Retoma tu oración, convirtiendo en materia de oración tu pecado, volviendo a retomar tu relación con Él, pero desde el arrepentimiento.
La tercera causa de distracciones es la tentación. El demonio quiere apartarnos de Dios e intentará sacarnos de la oración para hacernos pensar en otras cosas. Si te descubres distraído, y la causa no es ninguna de las anteriores (tus preocupaciones o tu pecado) ten por seguro que el demonio anda detrás de ti para sacarte de la oración. Ante este tipo de distracción lo mejor es cortar por lo sano aquello que piensas: deja lo que haya a tu alrededor, olvídate de esas cosas que ahora no vienen a cuento, y retoma tu oración, centrada en Dios, con más fuerza aún. Renueva tu amor a Dios y pon todo el corazón en la oración que haces, con toda tu mente, con todas tus fuerzas, con todo tu ser.
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