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No basta derramarme en el otro, hacerme fecundo en él. También tengo que disponerme a recibir algo de él, a reconocer el inmenso valor del hermano.
Cuando el apóstol San Pablo habla del cuerpo místico y de la importancia de los dones de todos, allí la actitud negativa que se describe no es la de no querer dar, sino precisamente la de no querer recibir de los demás, la de no saber gozarse en el don del hermano: "No puede el ojo decir a la mano: 'No te necesito'... Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte de su gozo." (1 Corintios 12,21.26).
La capacidad de beber del cántaro del hermano es fuente de un gozo especialísimo. ¿Acaso puede haber verdadero amor en una pareja si uno de los dos se encierra en sus esquemas, si se siente salvado en sus seguridades, y ya no es capaz de aprender del otro? ¿Ama de verdad alguien que ya no es capaz de admirarse del otro, o de escucharlo con interés, o que siente que ya no lo necesita?
El amor que derrama el Espíritu es una capacidad de dar y también de recibir, porque nos hace reconocer que no somos dioses y que necesitamos de los demás.
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