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El que cree que de esta historia nada puede esperarse, sólo puede desear que todo termine, y por eso mismo, no tiene ganas de nada.
Es cierto que cuando descubrimos que las cosas no son eternas, se despierta en nosotros el deseo de una vida que está más allá, la esperanza en el Reino celestial.
Pero la esperanza es mucho más que el sabor amargo que sentimos cuando captamos la insuficiencia y la contingencia de las cosas terrenas. Con la esperanza, ese gusto inquietante se convierte en deseo eficiente, en ilusión, en camino. Esperamos que todo pueda llegar a ser mejor también en esta tierra.
El paso del tiempo es vida que crece, porque está el Espíritu, asegurando con su presencia una permanente e inagotable vitalidad.
Los cristianos nunca podremos entender el paso de los años como un proceso degradante que cada vez se aleja más de los tiempos dorados. No podemos pensar que antes todo era bueno, y que fue perdiendo cada vez más su poder originario por un inevitable desgaste. Si fuera así, no habría esperanza.
¿Qué son los cinco minutos del Espíritu? Detrás de esta cadena de oración hay un hombre, el arzobispo argentino D. Víctor Manuel Fernández, y el libro que escribió. Descubre en este enlace más sobre el origen de esta preciosa iniciativa.
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